No hay como aprovechar los vientos propicios para arribar al puerto que uno quiera. En este caso mi velero puso rumbo al Mediterráneo. Apenas este grumete puso el pie en tierra, me enrolé en un barco pirata. Porque cuando a uno le inoculan el veneno del mar ya no hay forma de curarse, pues me han dicho que no hay antídoto.
La capitana, que no necesitó de pata de palo ni parche en el ojo para ejercer el gobierno de la tripulación, ordenó zarpar a la hora estipulada y poner rumbo a las Américas. Con mano firme y cálida Carina dirigió con maestría la nave a través de las no siempre tranquilas aguas sobre las que descansa la historia del día del Acción de Gracias y el Viernes Negro.
Con la pericia propia de los marineros avezados, los oficiales del barco presentaron sus credenciales y velaron por el bien de una buena singladura. Mientras Hicham ejercía de señor del tiempo, Álvaro vigilaba los traspiés de la tripulación, Iván se manejaba con mucho arrojo entre las faenas de los piratas y Daniel se afanaba en que ninguno hiciera un movimiento en falso. Ojo avizor y firmemente asentado en el puente de mando, el contramaestre David tomaba nota de todo lo que allí acontecía.
Mas es sabido que lo único que evita un motín en un barco pirata es el Ron. Magdalena llevó mucho y del bueno. Tanto es así que embriagó a los aguerridos lobos de mar hasta el punto de llevarlos al borde de las lágrimas con el solo tañido de una campana. Aunque antes nos dejaremos colgar del palo mayor que reconocerlo, puedo certificar que así fue.
Al cabo se puso en pie un hombre de pelo cano, levantó su jarra y brindó a la salud de todos. Vincent repartió carcajadas con chistes muy bien contados y aderezados con acento extranjero, mientras Isabel velaba armas para lanzarse a continuación a retar a los exaltados tripulantes. Alguno recogió el guante y se atrevió a aceptar el reto. Los demás animamos y aplaudimos a los valientes.
Volvió de nuevo Magdalena, pero esta vez con la antorcha en una mano y un puñado de pólvora en la otra. Fue juntarlos y darle a los asistentes motivos para enzarzarse en debates y discusiones. Pero que no se asuste el lector, porque hay en este barco pirata muchísimo más sentido del respeto que en cualquiera de los asientos de Sus Señorías los gobernantes.
Cuando me quise dar cuenta ya habíamos llegado a puerto. Hicimos lo que se debe hacer en estos casos: repartirnos el botín, que por algo somos piratas.